jueves, 29 de septiembre de 2011

Día 27 (consecuencias)


Al final fue una mala idea eso de irnos a pasear juntas. Cuando abrimos la puerta ya me percaté de que a T se le cambiaba la cara, pero no quise darle importancia. Empezamos a caminar por la montaña. Ella me ofreció que uno de sus robots me llevase a mí también, pero no quise; prefería bajarla andando. Me encantó la experiencia. Mientras descendía T iba siguiéndome los pasos en brazos de uno de sus robots. La cara de terror que ponía cada vez que miraba hacia abajo era realmente cómica…

Llegamos abajo después de mucho rato y algún que otro resbalón. Estaba empapada en sudor, pero me sentía tan bien… Pero T no parecía pensar lo mismo. La vi aún más pálida que de costumbre. Pero estaba haciendo eso por ganarse mi perdón, así que, idiota de mí, pasé del asunto y empezamos a caminar por el límite del bosque, buscando algún lugar bonito en el que pararnos a comer.

Todo iba perfecto. Al cabo de unos 20 minutos, más o menos, T dejó de hablar. Tan sólo me asentía y sonreía algo forzada. Su palidez iba en aumento. Empezó a temblar. Después llegaron las toses. Cada vez más. Y más. Finalmente fui capaz de apartar el orgullo a un lado cuando la vi inclinarse hacia delante hasta caer. Asustada, ordené a los robots que la llevasen a su habitación y, tal y como ella me explicó días atrás, los programé para una emergencia respiratoria.

Ahora estoy sentada en el sillón frente a ella, mirando como duerme con una máscara de oxígeno colocada. Y todo por mi culpa. Todo para ganarse mi perdón. ¿De verdad que le importo tanto…?

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